Liquid Glass y la búsqueda de sensibilidad en una era altamente tecnologizada
El renacimiento sensorial del diseño digital y el cuidado que eso amerita.

Apple acaba de presentar Liquid Glass, una nueva interfaz que, más que una evolución estética, es una declaración de principios: la interfaz deja de ser una superficie plana y se convierte en una materia sensible. En palabras de Alan Dye, vicepresidente de diseño humano de Apple, se trata de “una interfaz que se siente física, que tiene peso, luz y profundidad”, incluso si todo sigue ocurriendo detrás del vidrio de una pantalla.
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Apple acaba de presentar Liquid Glass, una nueva interfaz que, más que una evolución estética, es una declaración de principios: la interfaz deja de ser una superficie plana y se convierte en una materia sensible. En palabras de Alan Dye, vicepresidente de diseño humano de Apple, se trata de “una interfaz que se siente física, que tiene peso, luz y profundidad”, incluso si todo sigue ocurriendo detrás del vidrio de una pantalla.
Este movimiento no sólo marca un cambio de lenguaje visual; redefine la relación entre usuario y dispositivo en términos sensoriales, emocionales y simbólicos. Para comprender su alcance, es necesario situar Liquid Glass en el mapa de la historia del diseño de interfaces: entre los extremos del esqueumorfismo y el flat design.
Del objeto al icono: breve historia visual de las interfaces
En los primeros años del diseño digital, el esqueumorfismo dominó la escena. Se trataba de interfaces que imitaban objetos físicos —una libreta con anillos para Notas, cuero para Calendarios, madera para estanterías digitales—. Esta estrategia buscaba familiaridad: traducir lo analógico al mundo digital mediante metáforas visuales directas. Si algo se veía como una radio, se entendía como una radio.
Con el auge del minimalismo digital y la saturación estética, surgió una reacción: el flat design. Este estilo eliminó sombras, texturas y profundidad. La interfaz se volvió abstracta, bidimensional y tipográfica. La consigna era claridad, velocidad y limpieza visual: menos es más. Fue adoptado masivamente por Microsoft con su enfoque Metro, luego evolucionado por Google en su propuesta sistematizada de Material Design, y finalmente consolidado por Apple a partir de iOS 7.
Material Design introdujo una síntesis: mantuvo la estética plana, pero re introdujo el concepto de jerarquía espacial mediante capas, sombras y animaciones guiadas. No buscaba imitar objetos reales, sino simular una lógica material comprensible, creando una interfaz que se comportaba de forma coherente con nuestras expectativas físicas.
Cada uno de estos enfoques respondió a su tiempo. El esqueumorfismo ayudó a los usuarios a entender lo digital como si fuera físico. El flat design simplificó la experiencia en un contexto de pantallas pequeñas y consumo veloz. Material Design, en tanto, ofreció un puente conceptual: una interfaz racionalizada que añadía movimiento y profundidad como elementos funcionales, no decorativos.
Pero los tres compartían un límite: eran estilos gráficos aplicados sobre una superficie inerte. El usuario tocaba una imagen, no una materia. Con Liquid Glass, en el papel, esa frontera comienza a disolverse.
Esqueumorfismo

Durante las décadas de 1990 y 2000, internet se masifica, pero sigue siendo una experiencia desconocida para la mayoría. La llegada de las interfaces gráficas (GUI) marca la transición desde comandos de texto a la interacción visual. Es la era del computador personal y, posteriormente, de los primeros smartphones. Es la era del consumo aspiracional, donde tener un Mac era símbolo de distinción. El diseño exuberante formaba parte de la promesa de sofisticación. En plena burbuja punto-com y con el auge de la cultura del branding, el esqueumorfismo se alinea con una economía que valoriza la identidad de marca y la diferenciación visual.
En ese contexto, el esqueumorfismo propone íconos e interfaces que imitan objetos reales: una libreta con espiral, una radio con botones, un calendario de papel. La idea es que el usuario reconozca visualmente funciones a partir de referencias físicas conocidas. Se privilegia el detalle, el volumen, las texturas. Esta estrategia tiene un propósito pedagógico. En una época donde lo digital es nuevo, el diseño debe tranquilizar, enseñar, parecer confiable. Hay una nostalgia encubierta: lo analógico como punto de partida para habitar el mundo digital. Steve Jobs era un defensor de este enfoque, que convirtió el diseño de Apple en una experiencia cercana, casi táctil.
Diseño plano

A partir de 2010, el mundo digital entra en su fase madura. Las personas ya no necesitan que se les explique cómo usar una app. Aparecen múltiples plataformas, proliferan los smartphones, y la interfaz debe adaptarse a diferentes tamaños de pantalla consolidando el diseño responsivo. A su vez, coincide con la consolidación del capitalismo de plataformas: Google, Facebook, Amazon, Apple. Las apps compiten por segundos de atención. El diseño se convierte en herramienta estratégica para retención de usuarios. La estética minimalista se asocia con escalabilidad y coherencia en sistemas complejos.
Es el momento de la hiperproductividad digital. El diseño debe optimizar la atención, reducir la carga visual, acelerar la interacción. Influenciado por el modernismo gráfico suizo y la filosofía Bauhaus, el flat design es un gesto de claridad en medio del ruido informativo. Apunta a lo esencial, al rendimiento, a la eficiencia. El flat design elimina sombras, texturas y volumen. La interfaz se vuelve minimalista, plana, bidimensional. Se priorizan la tipografía, los colores sólidos y los íconos geométricos. La estética se vuelve universal, funcional, liviana.
Material Design

Entre la abstracción extrema del flat design y la expresividad sensorial de Liquid Glass, Google introdujo Material Design en 2014 como un intento de síntesis. Frente a la austeridad bidimensional del flat, Material Design propuso un sistema de diseño con reglas claras para animación, profundidad, luz y jerarquía, inspirado —según sus creadores— en la lógica del papel y la tinta, pero con el dinamismo del entorno digital.
A nivel estético, incorporó sombras, elevación, transiciones suaves y microinteracciones, que simulaban una física coherente entre elementos. Aunque mantenía la limpieza visual y la geometría del flat, reintrodujo el concepto de materialidad simulada como recurso funcional: no para imitar objetos reales, sino para guiar al usuario mediante capas, movimientos y relaciones espaciales comprensibles.
Material Design surgió en un contexto donde Android debía unificar una experiencia visual fragmentada. Google necesitaba crear un lenguaje coherente, escalable y adaptable a cientos de marcas, tamaños de pantalla y dispositivos. Su solución fue un sistema normativo que no solo especificaba cómo debía verse la interfaz, sino también cómo debía moverse, responder y comportarse.
Este enfoque tradujo en términos digitales ciertas convenciones cognitivas del mundo físico: un botón que se eleva al presionarlo, una tarjeta que se desliza para revelar contenido, una animación que conecta causa y efecto. No se trataba de nostalgia por lo analógico, sino de construir un entorno digital legible y predecible para el usuario, en plena era de la multiexperiencia.
Material Design puede leerse como un puente entre el flat design y Liquid Glass. A diferencia del flat, no renuncia al volumen ni a la profundidad simbólica; y a diferencia del esqueumorfismo, no recurre a la mímesis figurativa. Introdujo la idea de que una interfaz puede ser “material” sin copiar la realidad, y que la animación no es adorno, sino sentido en movimiento.
Ese legado es clave para entender la transición hacia propuestas como Liquid Glass, donde lo visual ya no solo informa, sino también sugiere estados emocionales y presencia corpórea. Material Design allanó el camino para una interfaz que no es solo información organizada, sino también una experiencia coreografiada.
Liquid Glass: hacia una interfaz material y emocional
Lo que propone Apple con Liquid Glass es una síntesis distinta. Ya no se trata de imitar la materia, ni de abstraerla. Se trata de crear una nueva materia visual, una sustancia digital que se comporta como si fuera física, pero no imita ningún objeto real. Brilla, se mueve, se deforma con la luz, cambia con la interacción, y reacciona a la presencia del usuario. Es vidrio líquido, pero también de alguna manera, una especie de piel digital.
Este nuevo lenguaje está profundamente vinculado al hardware: los chips Apple Silicon, las pantallas OLED y la arquitectura de Vision Pro permiten representar esta sensibilidad visual con una precisión antes impensada. Ya no es solo interfaz gráfica: es una coreografía de luz, animación y reacción. Estamos ante una interfaz post-flat, donde el diseño se vuelve ambiental, envolvente, casi arquitectónico.

Contexto de Liquid Glass
En nuestra década, la década de 2020, las tecnologías digitales ya no son nuevas: están profundamente integradas en la vida cotidiana. Pero crece el malestar digital: fatiga de pantalla, desconexión emocional, sobrecarga sensorial. Al mismo tiempo, avanza la realidad mixta, la inteligencia artificial y las interfaces adaptativas. Aparece el diseño ambiental, centrado en la experiencia envolvente más que en el control visual. Apple despliega este nuevo lenguaje en un contexto de hipersegmentación tecnológica: Apple Silicon, pantallas OLED, Vision Pro. El diseño se convierte en experiencia premium, en marca sensorial. Liquid Glass es una forma de capital simbólico: no es solo lo que haces, sino cómo se ve y cómo se siente al hacerlo. El diseño ya no es solo interfaz, es infraestructura de afecto.
Liquid Glass propone una interfaz fluida, luminosa, con profundidad y comportamiento material. No imita objetos reales, pero sí genera una sensación táctil. Es una interfaz que respira, reacciona, vibra con la luz y el movimiento. Un híbrido entre lo físico y lo visual, entre lo técnico y lo emocional. Después de años de interfaces planas y funcionales, emerge una búsqueda de calidez, presencia y expresividad. Lo que Liquid Glass propone es que quiere acompañarte, emocionarte, sugerir una relación más íntima con tu entorno digital.
Liquid Glass no es sólo una estética, es una metáfora del presente: fluida, ambigua, sensible, reactiva. Está invitándonos a imaginar un futuro en que las interfaces no son solo canales funcionales, sino materiales vivos, capaces de emoción, sorpresa y afecto. Y quizás eso sea lo que necesitamos: no más pantallas planas, sino superficies que nos devuelvan algo más que información. Algo como la sensación de estar tocando el futuro.
Una nostalgia transparente

Más allá de las innovaciones técnicas y formales, Liquid Glass reconecta con una sensibilidad visual que ya tuvo su momento protagónico: la estética de la transparencia material que dominó los productos tecnológicos de fines de los 90 y principios de los 2000. Ejemplo de esta época fueron el iMac G3 translúcido, las carcasas de Game Boy que dejaban ver sus circuitos y o los teléfonos de plástico colorido que mostraban su interior
Aquella era una apuesta por lo visible como sinónimo de confianza. En un tiempo donde la tecnología aún no era ubicua, mostrar las entrañas del dispositivo era una forma de desmitificarlo, de volverlo comprensible, humano. La transparencia material era también una metáfora: “esto es lo que hay, no hay nada que ocultar”. Liquid Glass recoge ese impulso, pero lo desplaza al terreno de la interfaz. En lugar de mostrar cables o chips, lo que se expone es el comportamiento de la luz, la textura de la materia visual, la interacción misma. Es una transparencia reinventada: no literal, sino sensorial.
No se trata de ver el interior de la máquina, sino de sentir que hay algo vivo debajo del vidrio. Esta vuelta a la transparencia no es nostalgia, sino es más bien una memoria táctil transformada. Apple no está imitando el pasado, sino re leyéndolo con los recursos del presente: pantallas OLED, sensores de profundidad, animaciones dinámicas. Lo que antes era plástico translúcido, hoy es una interfaz reactiva, donde lo que antes era carcasa, hoy es superficie emocional.
Una interfaz para tener cuidado
Algunos críticos podrían ver en lo basal de Liquid Glass una vuelta al esqueumorfismo: otra capa de ornamento visual. Pero la diferencia es crucial. El esqueumorfismo era figurativo, ya que imitaba objetos reconocibles. Mientras el flat design aspiraba a desaparecer (“menos es más”), Liquid Glass asume que la interfaz es parte activa de la experiencia más emocional, más sensorial. En este sentido, podemos entenderlo como parte de una tendencia mayor: el regreso de lo sensorial al diseño digital. En un mundo saturado de algoritmos invisibles y estructuras opacas, lo que brilla, reacciona y se mueve puede ser una forma de reencantar la experiencia tecnológica.
Sin embargo, más allá de su dimensión estética o simbólica, Liquid Glass plantea interrogantes clave sobre la experiencia de uso, especialmente en términos de usabilidad y accesibilidad. Porque si bien este nuevo lenguaje busca enriquecer la interfaz con profundidad, textura y emoción, también corre el riesgo de dificultar la comprensión, la eficiencia y la inclusión. Por un lado, el diseño fluido, dinámico y reactivo puede mejorar la percepción de retroalimentación inmediata, reforzando la intuición del usuario sobre lo que está ocurriendo en pantalla. Transiciones más suaves, sombras ambientales y efectos de luz que responden al tacto pueden generar una sensación de naturalidad y continuidad que beneficie la navegación, sobre todo en entornos inmersivos como VisionOS.
Pero esa promesa sensorial convive con una advertencia: el exceso de animaciones, transparencias o brillos puede afectar la legibilidad, aumentar la carga cognitiva y generar distracción, especialmente en usuarios con discapacidades visuales, neurológicas o de procesamiento. Tal como señalan en UX Collective, Liquid Glass parece contradecir principios históricos que Apple ayudó a establecer, como el foco en la claridad, la simplicidad estructural, el contraste funcional y la previsibilidad de la interfaz. De hecho, muchas de las nuevas visualizaciones se alejan de las heurísticas de diseño reconocidas —como la visibilidad del estado del sistema o el control del usuario— en favor de una estética envolvente pero menos racional. El riesgo es que el diseño, en su afán de brillar, pierda su capacidad de orientar.
Además, esta nueva estética demanda alta potencia gráfica y tecnológica, lo que puede excluir a dispositivos antiguos o a usuarios en contextos con menor poder adquisitivo. Si Liquid Glass se convierte en estándar sin ofrecer modos simplificados o accesibles, puede profundizar la brecha digital, esta vez no por la conectividad, sino por la experiencia misma del diseño visual.
Por eso, el desafío del liquid design no es solo visual: es ético y técnico. ¿Cómo crear interfaces sensoriales sin excluir? ¿Cómo diseñar emoción sin perder claridad? El futuro del diseño digital no puede conformarse con ser bello; tiene que ser también justo, legible y compartible. La estética líquida debe estar al servicio de una experiencia accesible, no de una minoría encantada por el brillo.
Diseñar con afecto y efecto, diseñar con criterio
Liquid Glass no es simplemente un nuevo estilo de interfaz: es un síntoma de época. En un mundo donde lo digital ha perdido su novedad, Apple propone un giro sensorial, casi poético, para volver a tocar —aunque sea visualmente— aquello que habíamos dejado de sentir. Es un diseño que no se conforma con ser funcional: quiere ser materia, atmósfera, emoción.
Pero este gesto también implica responsabilidad. Así como nos fascina con su brillo, profundidad y fluidez, también puede oscurecer lo esencial: que el diseño de experiencia debe ser claro, accesible, ético. No basta con innovar en lo visual si a cambio se sacrifica la legibilidad, la eficiencia o se profundiza la exclusión tecnológica.
En ese camino, Material Design fue un intento clave por equilibrar forma y función: introdujo movimiento, jerarquía visual y una lógica de capas que guiaba al usuario sin recurrir a ornamentos superfluos. Nos enseñó que una interfaz puede sentirse “material” sin imitar objetos, y que la animación puede ser contenido, no decoración. Liquid Glass empuja ese límite aún más lejos. No solo se mueve o responde: parece estar vivo. Pero ese aliento digital solo tendrá valor si no se convierte en una estética excluyente, sino en una experiencia compartida.
El desafío está, como siempre, en el equilibrio: diseñar con afecto sin perder el criterio, emocionar sin desorientar, encantar sin excluir. Si Liquid Glass logra convertirse en una interfaz verdaderamente sensible —no solo en lo estético, sino en lo humano—, estaremos ante algo más que un cambio de estilo. Estaremos presenciando el surgimiento de una nueva ética del diseño digital: una que entienda la experiencia como acto de cuidado, como vínculo, como lenguaje sensible entre personas y máquinas.
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