La casa de las humanidades digitales y las habitaciones de las mujeres y disidencias
Si como mujeres y disidencias necesitamos una habitación propia para escribir, ¿qué necesitamos en el área de STEM y humanidades digitales? ¿Qué tanto espacio tenemos disponible para repensar a les usuaries que utilizan los productos en los cuales nosotros trabajamos?
La casa es una alegoría, es nuestra introducción al mundo en el que nos tocó nacer, como funciona y cuáles son sus límites. Los colores, los olores y quienes la habitan han sido un motivo de metáfora para quienes escriben sobre lo que está allá afuera. La casa de las humanidades siempre se ha visto como un reflejo de todo lo que está pasando con nuestras jerarquías y nuestras propias demandas políticas, sociales, económicas y de género. Incluso podemos incluirla como una metáfora de nuestra propia disciplina, pensándola desde el diseño de experiencias y cómo la sociedad se entrelaza con nuestro quehacer.
“Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela” (Virginia Woolf, 1929, Una habitación propia)
La habitación de las humanidades digitales
Escritoras como Margaret Atwood y Virginia Woolf insisten en que el espacio femenino en una casa debería estar demarcado, como una cocina en donde su madre cuenta horrores que no deben ser escuchados por hombres para Atwood y como una habitación propia en donde podamos escribir novelas según Wolf. El espacio que necesitamos en nuestra casa para poder crecer está demarcado por paredes.
Si como mujeres y disidencias necesitamos una habitación propia para escribir, ¿qué necesitamos en el área de STEM y humanidades digitales? ¿Qué tanto espacio tenemos disponible para repensar a les usuaries que utilizan los productos en los cuales nosotros trabajamos?
Sabemos que la respuesta a esta problemática no es simple, menos desde la UX. Somos parte de una disciplina que trabaja con personas de múltiples historias académicas, personales y temporalidades que van más allá de lo que podemos conocer. Como explica Scott Weingart, heredamos los contextos académicos y culturales que vivimos en nuestro quehacer; desde las instituciones en las cuales nos educamos para llegar a nuestras áreas de trabajo. Vivimos las mismas estructuras de poder que hemos vivido desde nuestra educación básica una y otra vez.
Así, los problemas sistemáticos a los cuales nos vimos enfrentados desde la infancia se vuelven parte de nuestra práctica laboral, y quienes hemos tenido que perdurar y camuflarnos para llegar a donde estamos –como callar partes de nuestras subjetividades y mantener un ‘estándar de limpieza y presentación’ en el espacio laboral que sólo responde a discriminación.
y ¿Qué pasa con el resto de la casa?
Luchar por una habitación propia dentro de nuestras áreas de trabajo ha sido uno de los estandartes feministas desde la primera ola. Asegurar que cada una de nosotras tenga un espacio en el cual podamos ser escuchadas, tomadas en serio y respetadas por nuestro trabajo ha sido una lucha que, en STEM y las humanidades digitales, ha tomado más de un siglo en consolidar.
Hay que preguntarnos, ¿cuáles son nuestras cocinas en nuestro campo laboral?, ¿cuántas aristas de nuestras investigaciones, contenidos y diseños debemos evitar en divulgación porque no calzan con un cánon heterosexual, blanco y masculino? Dar un espacio a nuestras subjetividades como mujeres y disidencias no es sólo mejorar nuestras condiciones laborales, es por la introducción de nuestras cotidianidades que abrimos la puerta al mejoramiento de nuestros servicios.
Que los servicios digitales del futuro esten fuera del cánon (blanco, heterosexual) y centrados en un prototipo de usuario que hace mucho tiempo está en declive, dependen de un análisis contínuo del aquí y ahora, pero también de un análisis de lo que vendrá y qué haremos con los recursos que tendremos disponibles en el futuro.
Como Bordalejo replica en Bodies of Information: Intersectional Feminism and Digital Humanities, seguir clonando un sistema cultural que privilegia al hombre blanco –contextualizado en su cultura–, que a la vez delimita y denigra a mujeres y personas de color, mientras seguimos persistiendo que existe un balance en las humanidades digitales es una problemática que debemos analizar, cuidadosamente, en nuestros lugares de trabajo.
Descolonizando nuestros hogares
Para la académica y escritora Moya Bailey, es un acto de valentía sacarnos el disfraz que tenemos desde épocas escolares, pero quizás la valentía se trata de que las que vendrán detrás de nosotras puedan llegar, hasta donde hemos llegado, sin tantos rasmillones y heridas que contar cuando estemos todas en la cocina.
Descolonizar las habitaciones de la casa depende de que podamos abrir esta cocina, comenzar a hablar de lo que nos duele sin perdones y sin disculpas a todos los integrantes del hogar. Reconocer que existen los problemas y hablarlos, así como en las terapias psicológicas, nos ayudará a cortar las raíces de estos; hacer visibles las historias de terror nos ayuda a que estas nunca más sucedan.
Un espacio para crecer
No son los integrantes de la casa personas que salieron de esporas, sin historia, sin contexto, sin política y sin cultura; todo lo contrario, los integrantes de la casa reflejan la sociedad que está más allá de la reja. Refleja las marchas, los llantos, las alegrías y los pasos que hemos tenido que dar para cruzar el umbral y para no utilizar más el disfraz de lo ‘normal’.
Bienvenidas las maternidades, lo queer, trans y no binarie; bienvenides les niñes, las neurodivergencias, y todas las corporalidades. Bienvenides todes quienes hemos soñado con un mundo [más] accesible desde esa primera vez, en que no pudimos entrar.
¡En ida conmemoramos el 8M para las mujeres, niñas y disidencias!
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