Las primeras semanas del año 2020 quedarán grabadas en el calendario como unas de las más agitadas en términos de salud pública. Esto producto de la oleada de contagios producidos por el COVID-19; una versión del coronavirus de cuya existencia se reportó en diciembre de 2019 en el área de Wuhan, en China.
Sin embargo, a casi dos meses de la aparición de esta enfermedad, para la Organización Mundial de la Salud el principal problema asociado al COVID-19 no es la velocidad de contagio o su tasa de mortalidad; sino la abrumadora cantidad de información relacionada a esta patología que se comparte en todo el planeta.
La OMS ha denominado esta situación como una “infodemia” y es tal la gravedad del asunto que no sólo afecta a quienes buscan información sobre esta enfermedad; sino que también ha desplegado un manto de mitos y discriminación sobre la población asiática. En especial sobre los habitantes de Wuhan.
El problema de las fake news
Ya nos habíamos enfrentado al problema de las noticias falsas en Internet, claro que en contextos completamente diferentes. Basta hacer una rápida revisión de lo sucedido en el caso de Cambridge Analytica o las informaciones que se comparten a diario en redes sociales para entender que las noticias falsas abundan. Mientras nosotros, como usuarios y consumidores de información, no hagamos el ejercicio de verificar información, contenido, noticias y fuentes; las fake news seguirán poniendo en jaque a la sociedad y a nuestra noción colectiva de la realidad.
Es precisamente gracias a las Fake News que la OMS ha debido destinar recursos no sólo para controlar el avance y contagio de la enfermedad en todo el mundo; sino que también para contrarrestar la desinformación relativa a la enfermedad y sus síntomas. Por lo que debió recurrir incluso a influencers para ayudar a frenar la difusión de noticias falsas.